viernes, 10 de diciembre de 2010

25 en diciembre.. fum fum fum

Mis últimos minutos con 24 años de edad los pasé leyendo el discurso escrito y pronunciado por Mario Vargas Llosa, y sentí que comienzo a entender ciertos aspectos de la vida que antes siquiera podía concebir.

Mientras yo leía, mis padres tejemanejeaban del salón al dormitorio y del dormitorio de nuevo al salón. Como es cotumbre en mi casa, según se acercan las doce se ve llegar el momento. Mis padres me abrazan y me dan una enorme caja, que no sé qué contiene pero que ya está aquí entre nosotros y ese abrazo y que ha aparecido con los segundos que le quedaban al minuto 59.

Son las doce, ya tengo oficialmente 25 años y rompo el papel del regalo, porque si no lo rompes dicen que da mala suerte. Y porque no puedo contenerme. Y menos aún cuando veo lo que veo.

Pronto sabréis lo que es..

Yo creo en el Dios de las pequeñas cosas. Creo en mis padres, por encima de cualquier persona que forme parte de mi corta pero ya madura existencia. Creo en esa magia divina que consigue que las personas saquemos lo mejor de nosotros mismos en aquellos momentos en los que menos se imagina, cuando ya no queda esperanza, cuando todo está ya dicho, cuando parece que la situación no va a mejorar. Cuando la tensión es tan grande que puede cortarse con un cuchillo y alguien dice algo gracioso para acabar con ella, o simplemente sonríe.

Ese empuje maravilloso que nos define, aquel que hace que de un momento de extrema sensibilidad o de pesada melancolía hagamos algo bueno por los demás con la mejor de las intenciones, o tratemos de enseñar lo que consideramos bonito de la vida, mediante la más sencilla de las explicaciones, la más cálida de las sonrisas y porque no, a través del arte también.

Creo en mis padres que me trajeron a este mundo y que pusieron siempre toda su confianza en mí. Que supieron que trataría de hacer cosas grandes y que no me rendiría si las cosas no fuesen así. Que nos quisieron y quieren siempre y por igual, a mi hermano y a mí y que nos enseñaron que la vida no es un camino fácil, pero no por ello hay que desesperar. Que saber esperar es vida también, y tomar la iniciativa cuando crees que es buen momento nunca será un error si lo has hecho con todo tu corazón.

Ellos me dieron el lugar en el mundo, y así sigue siendo. Me cuidaron, cuidan y enseñaron que cuidar de las personas que quiero y todo aquello que conforma mi mundo es sobrevivir.

Y hoy me hacen sentir aun más afortunada con un elemento más de todos los que ya tengo gracias a ellos, y gracias a la suerte que va conmigo. Y el cuarto de siglo. Hoy tengo entre mis manos todo eso, la esperanza de seguir labrando mi futuro de la mejor manera posible y la oportunidad de captar los mejores momentos. El sentimiento de que algo que siempre me gustó hacer y con lo que experimento puede ser algo más que un sueño.

La alegría de poder aprender, con un click y en el instante preciso.



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