miércoles, 14 de noviembre de 2012
Un, dos, tres...
3 años nos han visto crecer.
Me deja atónita el sprint que se marca el reloj, y si cierro los ojos imagino un calendario de hojas que se pueden arrancar, con los números volando por el aire, y de fondo una carcajada que envuelve el espacio y sabe a promesa. Y un beso. Un beso largo, muy largo, que dura por lo menos 3 años y que se hizo desear por mí hace otros tantos (y un poco más).
A veces, la espera merece la pena. Esas veces son las veces en las que la pena desaparece y se va con la espera, mano a mano, las dos juntitas se marchan, a buscar a otra alma solitaria y a dar tiempo a otro corazón en el mundo que necesite darse cuenta de lo que yo comprendo ahora. Darse cuenta de que no hay nada más bonito que querer a alguien que te quiere día tras día y que ese sentimiento no deje nunca de sorprenderte. Que esa persona te enamore sólo con hablar, con un gesto amable. Y que te haga entender que esperar era lo mejor que podías hacer. Qué bien hice en permitirme un respiro, cómo lo agradezco.
Gracias por todo este tiempo, y como tú bien dices, el que nos queda. Gracias por aguantarme siempre, porque aunque se me suela ver sonriente y de trato fácil, también tengo mis momentos. Gracias por descifrar el código que lleva a lo más profundo de mis pensamientos. Y sobretodo por no olvidarlo!
Me emociono sólo de teclear...
Por eso no sigo, porque nunca estuvo bien presumir de lo que se tiene. Aunque hoy a lo mejor me permito algún exceso.
Je t'aime.
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