Es sólo cuando, siendo mujer, te pones la mano sobre la tripa y notas que alguien te saluda desde dentro, con su mini pie o su mini mano, que entiendes que la vida es más que un regalo, es un milagro, y es una suerte poder vivirla cada día y que hasta entonces no habías querido tanto a alguien que aún no conoces.
Sólo entonces entiendes que hasta ahora has estado dando pasos para aprender por tu cuenta, para llegar a este punto en el que se abre un mundo nuevo ante ti y en el que miles de dudas te asaltan inevitablemente. Y te darás cuenta de que todo lo que sabes es poco.
Y revisas todos tus recuerdos, piensas en todo aquello que te queda por hacer y que tendrá que esperar un poco más, porque tienes que dar paso a algo que está por encima de todo.
Y te vistes de tu nuevo yo, de madre, sin tener ni idea de cómo vas a salir de la partida pero con toda la ilusión habida y por haber. Con una sonrisa que no cabe en una foto y con los brazos y el corazón abiertos a esa personita que lo necesitará todo de ti. Qué bonito.
Y así es como empieza un nuevo ciclo en tu vida, una nueva muesca en el revólver, una nueva chincheta en el corcho.
A.
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