El ritmo de vida en los meses previos a una boda va conformando un entramado de nervios que no queremos ver, pero que están ahí.
Son nervios buenos, si son de los que te dan ideas y te dan a elegir. Y a partir de ese momento empieza todo. Un batiburrillo, que no confundir con un baratillo. Pero sí con un poquito de "a euro!"
Tienes que decidir si te conviertes en tren, en locomotora o en olla exprés y te haces llamar "Imparable", o si consideras mejor aprovechar los ratos libres para poner al día las carpetas: las abiertas, las pendientes, las cerradas y las "al azar" y sentirte la oficinista de alguien, sin saber bien quién.
En el fondo ese alguien no es más que tú misma en un dueto. Te ves reflejada en un espejo. Ahí estas, con el novio imaginario, porque intentas imaginar su cara en ese momento pero le cuentas poco de lo que has sentido, no vaya a ser que la magia se vaya en "Imparable", el tren. Por un momento recuerdas La boda de Muriel y das gracias. Al cine a la suerte.
Son infinitas las posibilidades, pero nunca hay que dejar de ser uno mismo. La esencia en el detalle, la firma invisible de cada integrante del dúo es lo que verdaderamente importa al final.
Es lo que tiene que sonar al verse, tocarse al escucharlo. El tiempo es cuestión de suerte también, y de saber aprovecharlo.
Y tú, qué camino eliges hoy?
Besos alocados!
A.
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